

Cristina Lorenzo nació en Valladolid en el año 1986. A los nueve años escribió su primer soneto para un concurso literario. Desde niña tenía claro que quería estudiar Periodismo para hacer lo que más le gustaba: escribir y ser redactora en los medios de comunicación.
Sin embargo, al trasladarse con su familia a Pontevedra en la etapa de su adolescencia, su objetivo se vio modificado por una trayectoria laboral diferente, protagonizada por la contabilidad, administración de fincas y dirección de equipos. Independientemente de su profesión, en los últimos años, se ha estado formando en Psicología. Siempre ha sentido curiosidad por el funcionamiento del cerebro y los comportamientos humanos, especialmente en la gestión emocional.

Retomó la literatura de manera profesional en el año 2019 al publicar su primera novela «¡Mírame!No soy invisible», la cual tuvo un éxito inesperado. Al año siguiente publicó, junto a otros autores, un libro solidario de poesía titulado «Entre Todos». A principios del 2021, salió a la venta su segunda novela en solitario «La Gitanilla de Oriente». Recientemente acaba de publicar «Bullicio Celeste», una novela con un género literario diferente a las anteriores, pero que no por eso deja de transmitir lo fundamental, la perfección interna con la que nacemos y que se va perdiendo con el paso de los años. Una esencia que se acaba disfrazando y adulterando hasta convertirnos en seres idealizados por un sistema globalizado.
Además de escribir novela, colabora con el diario digital Vigo é y hace colaboraciones esporádicas para otros periódicos y revistas de cultura como la Revista Almiar.



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De niña era muy tímida y callada. Gracias a esas cualidades tengo el don de la escritura, pues todo lo que no me atrevía a expresar lo manifestaba escribiendo —también bailando y cantando—. La creatividad ha sido una forma de transformar esa característica que me impedía relacionarme con el resto de forma natural. No obstante, el silencio me permitió observar con detalle a mi alrededor y hacerme muchas preguntas sobre el mundo donde habitamos. Jamás entendí las injusticias, las envidias, las guerras, la incoherencia en la forma de actuar de muchas personas… Incluso, llegué a cuestionarme el propósito de la vida humana.
A medida que fui creciendo, la arbitrariedad en el modo de obrar, en general, seguía siendo el gran interrogante de mi vida. Llegué a pensar que igual era la única terrícola que veía las cosas de forma diferente y que tenía un serio problema, pero no. Afortunadamente encontré en mi camino personas con mis mismas inquietudes, que se hallaban en la búsqueda de las mismas respuestas.
Aparqué de lado mi parte racional, la que acostumbraba a demostrar que dos más dos son cuatro, y estudié otras formas de la mente que me mostraron que se pueden obtener resultados distintos. Ahora mismo puedo comprender ciertas cosas que antes no encontraba lógica.


